sábado, 12 de diciembre de 2009

11 dic Bogotá


Bogotá es un puerto sin mar. La ciudad es densa, vibrante, ajetreada. Su centro, La Candelaria, un bastión colonial, tanto de fachada como espiritual. Si por algo gusta Bogotá es por este entramado de calles cuyo centro es la Plaza de Bolívar, haciendo extensión a la calle 7, eje financiero y comercial de la ciudad.
Mi día en Bogotá ha sido agotador. Aterricé de un sueño extraño en la terminal de autobuses. La sociedad se ordenaba en fila en el espacio exterior y tomaba, ordenadamente también, los taxis que les eran asignados (previa identificación, dispensa de la dirección de destino y acuerdo de precio con una agente encargada). Bueno, pués pal centro. Pero... ¿dónde exactamente? Calle, número... Pues no lo sé señora, no tengo el callejero de su ciudad memorizado. Enfín, que me dejaron en la plaza principal, la Bolívar, y de allí ya me busqué la vida. Con el hotel no me compliqué, el que estaba más cerca era el más baratito, así que niquelao.
Instalado me dí a la fuga, porque en estas ciudades grandes, rebosantes de personajes "carismáticos", más que paseo es una huída.
Mi paz recobraría mi corazón en el Museo de la Nación, en la 7. Aprendí algo (de hecho, bastante) sobre la historia de la bella Colombia: "lo que fue y lo que es". Lo que siempre hecho de menos en los museos es un poco de atrevimiento, propongo que se aventuren en "lo que será": así sería más emocionante y la gente recordaría algo de lo que vé, a largo plazo, jeje. Independientemente, el Museo está muy bien confeccionado: es sintético, pedagógico y no es claustrofóbico (a pesar de que el edificio es una antigua carcel).
También había una exposición sobre las telenovelas y como madalena en boca de Proust, me evocó aquellas tardes de miércoles que mi abuela me cebaba a lentejas y lomo empanado y, trás placentera actividad, recobraba fuerzas espaturrado en el acolchado sillón marrón, hasta que llegaba mi tía Sofía de trabajar, que era cuando empezaba la telenovela (aproximadamente) y entonces, disponía toda la atención en esos extraños seriales colombianos o venezolanos.
Comí sin fijarme en lo que comía, abstraído por el ambiente folklórico (un poco grotesco) del lugar elegido, en una esquina de La Candelaria. Para no perder el norte, me dirigí al museo "Donación Botero", donde albergan una magnífica recopilación de arte, donada por el artista.
Delante del museo, me compré un par de libros, que andava escaso de aprendizaje culural y me dispuse a leer toda la tarde en una terraza. No estuve solo, la lectura fue amenizada por el burbujeo de la agua con gas y la tremenda orquestra automobilística inconfundiblemente urbana.
Cuando el frío me echó, me trasladé a un bar español (trágico error, sucumbí a la nostalgia) y me sablaron 3 dólares por una copa de vino tinto (encima, creo que era argentino).
Me acosté temprano, muy temprano, "metamorfoseandome" entre letras de Kafka.

5 comentarios:

  1. Me encanta como escribes,
    y parece ser, este viaje te alimenta de muchas maneras.
    Nos marchamos en una semanita, y cuando volvemos, Mariama tendrá ganas conocerte y su nuevo tio!!!
    Hasta pronto guapo!
    Melanie

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  2. Felix -Nandi i Xavier13 de diciembre de 2009, 12:00

    Doncs, sí nosaltres opinem com la Melanie que escrius molt bé! que dóna gust llegir els teus comentaris són francs i poètics. La foto ens fa pensar que estàs fent allò que vols fer i és molt important que una persona estimada ho pugui fer.
    Les referències a la Iaia m'han fet plorar d'emoció...
    Un petonàs!
    Pares i germà!

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  3. gracias a todos por vuestra curiosidad y el cariño! un beso!

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  4. Ei que no t'abandonem, estem enganxats a l'Inca Roads, no sé què farem quan això s'acabi!
    Encara hi ha una altra cosa sobre els teus comentaris: a més de francs i poètics, tenen aquest sentit de l'humor inteli·ligent que tan et caracteritza.
    Un petó

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